BELGRANO Y EL CACIQUE CUMBAY - 2020 AÑO DEL DR. DON MANUEL BELGRANO
Por la Asociación
Belgraniana de Morón
En los días subsiguientes se celebraron fiestas en
honor del ilustre visitante incluyendo una gran parada militar. Cumbay no se
mostró sorprendido, y ante la consulta de Belgrano respecto a los ejercicios
que había observado contestó: “con mis indios desbarataría todo eso en un
momento”.
Junio de 1813: Estando en Potosí Belgrano, recibe la visita del Cacique
guaraní Cumbay. Hacia 1813, Belgrano gozaba de una gran popularidad
entre los indígenas del Alto Perú y sus zonas de influencia. Las comunidades
que adherían a la causa revolucionaria lo respetaban y admiraban y muchos de
los líderes deseaban conocerlo. Tal era el caso de Cumbay, un célebre cacique
ava guaraní (chiriguano como los denominaron
despectivamente los incas) con actuación muy importante desde fines del siglo
XVIII como adversario de los españoles. Se presentaba con el título de
Mburubicha guasú o Capitán Grande, vivía en las proximidades del Chaco
paraguayo. Era ardiente partidario de la Revolución, por la que combatió en
Santa Cruz de la Sierra, siendo herido de un balazo, pero jamás había querido
entrar en las ciudades ni tener contacto alguno con "la civilización".
Lo rodeaba un halo enigmático, haciéndose ver poco, oculto en sus selvas, desde
las cuales organizaba sus tácticas bélicas contra las tropas realistas. Al enterarse de la llegada de Belgrano y su
ejército a Potosí, Cumbay gestionó una entrevista con el general, a la que este
accedió gustoso. Una de las crónicas de aquel encuentro afirma que el gran
cacique arribó al cuartel general acompañado por su intérprete, dos hijos
menores y una comitiva-escolta de 20 flecheros con carcaj a la espalda, arco en
la mano izquierda y una flecha envenenada en la derecha.
El gran cacique venía a caballo y al llegar junto a
Belgrano desmontó, mirándolo fijamente durante largos minutos, luego de lo cual
dijo a través de intérprete “que no lo habían engañado y que según el rostro de
Belgrano, así debía ser su corazón”. El general le ofreció un caballo ricamente
enjaezado y con herraduras de plata, desfilando después ambos en medio del
ejército formado. Al pasar frente a la artillería, le previnieron al jefe
indígena que tuviese cuidado con el caballo, porque iban a disparar en su
honor, a lo que replicó “que nunca había tenido miedo a los cañones”.
La despedida estuvo colmada de obsequios y
atenciones mutuas, entre las que se destacó un gran uniforme que regaló el
general al cacique, acompañado de una bella esmeralda incrustada en oro, para
que pudiera utilizar a modo de tembetá, el tradicional adorno característico de
los guaraníes, que los guerreros llevaban colocado entre el labio inferior y el
mentón. Cumbay no fue menos en su gentileza, poniendo a disposición de Belgrano
dos mil de sus hombres (kereimbas, guerreros) para pelear a su lado contra los
realistas. Siete años más tarde, ya muy enfermo, Belgrano
moría en la más extrema pobreza, producto de su entrega incondicional al
proceso independentista, mientras su amigo Cumbay seguía peleando codo a codo
junto a los patriotas en las selvas del Gran Chaco. Ambos habían escrito una
página que aún hoy los honra: estar unidos tras una causa común, más importante
que cualquier interés personal.
Más tarde se lo alojó con toda magnificencia,
habiéndole preparado una cama digna de la autoridad que era, pero Cumbay dio
entonces a sus huéspedes una lección de humildad al rechazar los lujos y dormir
esa noche sobre el apero, respetando así la costumbre ancestral de no ser más
que sus hombres.
Difusión Antr. Mónica Cereda Asociación Historiadores
Los Quilmeros
Secretaria de la Junta de Estudios Históricos de
Quilmes
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