Por Roberto
Belmonte
Especial
para Nomen Munay
Los nombres fueron cambiando. Al principio se llamó - sin eufemismos
- “villas miseria”; luego, para morigerar un poco la dureza del calificativo,
“villas de emergencia”, y en los últimos años, “asentamientos urbanos”. Desde
aquel calificativo inicial a este de hoy pasaron más de setenta años. El
asentamiento “Villa 31”, ubicado en pleno centro de la Capital de la República,
se conformó en 1930, como consecuencia de la crisis económica de aquellos años,
por los obreros portuarios, que de golpe se habían quedado sin trabajo y sin
posibilidades reales de volver –la mayoría de ellos- a sus lugares de origen.
Algunos habían llegado de las provincias 'interiores' y otros de los países
limítrofes huyendo de la miseria y tratando de ascender unos peldaños en la
escala social.
Esos obreros del Puerto, al quedarse sin trabajo, primero “fondearon” en alrededores de los diques, pero luego, al ser corridos de allí por las fuerzas de seguridad, terminaron recalando en un predio cercano, en el que operaban los trenes que entraban y salían de la Capital. En todos estos años ningún Gobierno supo manejar el problema. El actual, tampoco. Y lo más grave aún es que alguna opinión dirá que “el problema no se resuelve, porque sirve a los fines políticos de algunos líderes (punteros, ¡bah!). Parecería como si el Estado Nacional hubiera esperado a desprenderse de la administración de la Ciudad de Buenos Aires, para tener “a quien echarle la culpa” de semejante irresolución. Especulación mediante, lo cierto es que el problema no sólo no fue resuelto por las administraciones anteriores, sino que se multiplicó tantas veces, que ya alcanza dimensión de “catástrofe social”. Los problemas de los asentamientos marginales han sido y serán en la mayoría de los países del Globo, el fracaso del Estado para solucionar el problema de fondo. En la España post-franquista existían los asentamientos periféricos (Madrid, Barcelona), donde
la gente
vivía en chabolas, similares a nuestros ranchos y casillas. Esos obreros del Puerto, al quedarse sin trabajo, primero “fondearon” en alrededores de los diques, pero luego, al ser corridos de allí por las fuerzas de seguridad, terminaron recalando en un predio cercano, en el que operaban los trenes que entraban y salían de la Capital. En todos estos años ningún Gobierno supo manejar el problema. El actual, tampoco. Y lo más grave aún es que alguna opinión dirá que “el problema no se resuelve, porque sirve a los fines políticos de algunos líderes (punteros, ¡bah!). Parecería como si el Estado Nacional hubiera esperado a desprenderse de la administración de la Ciudad de Buenos Aires, para tener “a quien echarle la culpa” de semejante irresolución. Especulación mediante, lo cierto es que el problema no sólo no fue resuelto por las administraciones anteriores, sino que se multiplicó tantas veces, que ya alcanza dimensión de “catástrofe social”. Los problemas de los asentamientos marginales han sido y serán en la mayoría de los países del Globo, el fracaso del Estado para solucionar el problema de fondo. En la España post-franquista existían los asentamientos periféricos (Madrid, Barcelona), donde
Desde el primer Gobierno de transición, encabezado por Adolfo Suárez, se inicia un plan de reemplazo de esas casillas por unas viviendas con cierta dignidad, a veces en el mismo lugar y otras en barrios que fueron construidos para ese fin. En los alrededores de Barcelona, está La Barceloneta, un antiguo emplazamiento “de emergencia”, hoy transformado en pintoresco barrio, muy visitado por el turismo internacional. Desde aquel gobierno de transición de Suárez, que trataba de aventar los cuarenta años de oscurantismo, hasta este otro de Rodríguez Zapatero, que encuentra al País a las puertas de una unificación definitiva de sus regiones, pasaron Presidentes de Gobierno de todo signo político; monárquicos, de izquierda, de derecha; pero ninguno se apartó de aquel Plan de Estado, que era la erradicación - aún hoy - de viviendas precarias. Más aún; cada gobierno de signo contrario al anterior, buscaba la forma de mejorar aquel plan inicial. Es verdad que también allí coincidieron en el Pacto de la Moncloa (porque era eso o España se hundía), que de alguna manera consolidó el marco político para emprender los grandes temas nacionales. Las comparaciones son odiosas, pero ¿no es ridículo que aquí, en Argentina, todavía no se haya acordado sobre la jurisdicción de la tierra en la cual se asienta la Villa 31 de la Capital Federal?
Es evidente que el argentino siglo XXI ha retrocedido a las antípodas
del siglo XIX, cuando sangraba el país en las luchas intestinas. Hoy no hay
sangre, es verdad, pero convengamos que ese criterio de tirar cada uno para su
lado goza de buena salud. Los problemas no se resuelven porque no hay interés
en resolverlos, se anteponen intereses personales partidarios, que sirvan en
todo caso para eliminar al otro signo político, sin importar para nada el costo
social que ello signifique.
Roberto Belmonte-Especial para Nomen Munay
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